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venerdì 5 agosto 2016

LAS ÚLTIMAS LLAMADAS ...


ESTAS SON LAS ÚLTIMAS LLAMADAS ANTES DE LOS GRANDES ACONTECIMIENTOS 

 23-7-2016 

Escribe lo que os he manifestado esta mañana para fortaleza de vuestra alma y de todos los que Me aman, y se han mantenido fieles a Mis Mandatos Divinos, los Apóstoles y Discípulos de estos Últimos Tiempos. 
La guerra espiritual y la orden de exterminio en contra de Mis profetas y mensajeros ya se ha dado desde Roma por el falso profeta, ya que vosotros, Mis Verdaderos Testigos, descubren su identidad y sus planes malvados. 

Os habías percatado, hace días, de un cuervo negro que rodea el lugar en donde os encontráis para el cumplimiento de la misión que os he dado, como un regalo a vuestra alma que Me ha sido Fiel, y en cumplimiento de Mis promesas al inicio de vuestra Misión, cuando os llamé a dejarlo todo y seguirme a Mí, Vuestro Dios. 

En ese cuervo está escondido el mal, y esta mañana, al comienzo del día, aun en vuestro descanso, vino a perturbar vuestro corazón, despertándoos con sus alaridos frente a vuestra ventana; y Mi Voz se hizo potente en vuestra alma, dándoos la orden de expulsar al brujo que tomó ese cuervo para espiar vuestros pasos, y vuestra alma, dócil a Mi Voluntad y a Mis Mandatos, dio la orden a ese animal poseído por el mal, por órdenes de la Jerarquía Eclesiástica que os persigue, y habéis visto huir dando alaridos, como un animal lastimado, a ese cuervo, quedando ciego ese brujo y servidor del diablo. 

A vuestras palabras, dadas en MI NOMBRE Y CON MI PODER Y AUTORIDAD, se disipó el mal y vino la paz y la tranquilidad de nuevo. 

MALDITO SEA EL BRUJO, QUE ENTRÓ EN ESE CUERVO, PARA PERTURBAR VUESTRO DESCANSO Y VUESTRA PAZ; QUEDE CIEGO A SU HUIDA, Y ASÍ SERÁ PARA TODOS LOS ENVIADOS DE SATANÁS QUE OSEN PERSEGUIR A UNOS DE MIS PROFETAS, PUES MI BRAZO DE PODER ESTÁ SOBRE ELLOS, Y NINGÚN MAL LES LLEGARÁ, PUES SOY YO, DIOS DE LOS EJERCITOS, QUE DETERMINÓ LA VIDA Y LA MUERTE DE CADA UNA DE MIS ALMAS Y MIS ELEGIDOS. QUEDEN CIEGOS, SORDOS Y MUDOS LOS QUE VENDRÁN Y SE LEVANTEN EN VUESTRA CONTRA, CADA UNO A SU TIEMPO, QUERIENDO ACABAR CON VUESTRA VIDA Y LA DE MIS DEMÁS PROFETAS Y ENVIADOS. 

Esta es la orden que Yo, Dios de los profetas, os doy para vuestra defensa y cumplimiento de vuestra misión, pues gran persecución hay para Mis profetas valientes y fieles, que han denunciado la mentira y proclamado la Verdad, pero nada podrá el mal en contra vuestra. 

Nada debéis temer vosotros, Mis enviados a destruir la obra de Satanás en Mi Iglesia: vosotros sois enviados a descubrir las obras malvadas del falso profeta, porque la Santísima Trinidad os acompaña y os asiste. 

Dicho está en los Santos Evangelios cuáles serían las señales que acompañarían a los que creyeran en Mí, el Hijo del Hombre, y fueran Mis Verdaderos testigos; estas son las obras que siempre os acompañarán, en especial en este final de vuestras misiones para cada uno de Mis profetas, mensajeros y Verdaderos testigos: EXPULSARÁN DEMONIOS EN MI NOMBRE, sanarán a los enfermos, y harán grandes milagros en MI NOMBRE. 

No dudéis, Mis amados profetas y testigos, en hacer las mismas obras que Yo, vuestro Maestro, hice en los tres años de mi vida pública. Cada vez que sintáis el ataque infernal del enemigo, expulsarlo en MI SANTO NOMBRE, SOMETERLO A LOS PIES DE MI CRUZ GLORIOSA, QUE BRILLA EN VOSOTROS Y LLEVÁIS DENTRO DE VUESTRAS ALMAS COMO TRIUNFO Y DERROTA PARA EL ENEMIGO. 

Percibiréis, cada vez más, los distintos ataques del enemigo, de espíritus encarnados y desencarnados, a fin de acabar con Mi Obra en vosotros, MIS PROFETAS. 
Estad en gracia santificante para que podáis hacer todas estas obras en MI NOMBRE, PARA PROTECCIÓN DE VUESTRAS MISIONES y en ayuda de las personas en los tiempos que vendrán, porque muchos son los que necesitarán de vuestra ayuda espiritual; aun dentro de MIS SACERDOTES vendrán a pedir vuestra ayuda, cuando conozcan la verdad que rechazaron y el juicio falso e injusto que levantaron contra vosotros. 

Cada vez son más los signos de los tiempos que os anuncian lo que está ya a las puertas, y ha empezado a acontecer; pero grande es la ceguera espiritual de los hombres y MAYOR ES LA DE MI IGLESIA EN MIS PASTORES DE ALMAS. 

Hace tiempo os lo había dicho: que de doce apóstoles, uno sería como Juan, el Apóstol Fiel; y esta palabra y profecía ya está cumpliéndose, pues muchos son los cobardes y temerosos que huyen ante las dificultades, muchos los que se acobardan y callan por miedo a ser perseguidos y sentenciados a muerte, y así se cumple la profecía: DE DOCE, UNO SÓLO SERÁ MI APOSTOL FIEL, como lo fue Juan, FIEL Y AMOROSO HASTA EL FINAL, COMPAÑERO DE MARÍA, MI MADRE, AL PIE DE LA CRUZ. 

Son segundos en el reloj del cielo lo que falta para estos terribles acontecimientos anunciados desde el principio, dentro del plan Divino de la Salvación del hombre, y pocos han creído y recibido MI PALABRA SANTA. 

Una vez más, MIS PROFETAS Y TESTIGOS, OS DOY MI BENDICIÓN PARA CUMPLIR VUESTRA MISIÓN. 

LA SANTISIMA TRINIDAD, UN SOLO DIOS. 

---- 

Bendito, mi Dios, Bendito seas DIOS PADRE, DIOS HIJO Y DIOS ESPIRITU SANTO. Con Tu Santa Bendición podremos seguir el camino al calvario, ir en paz en el Fiel cumplimiento de la misión que nos confías. 

Tu brazo poderoso nos sostenga y nos proteja de todo enemigo, de toda maldad y toda infidelidad, ya que solo deseamos ser Tus profetas y testigos para GLORIA TUYA. Amén, Amén, Amén

AMDG et BVM

sabato 19 luglio 2014

I santi Martiri di Gorcum

I santi Martiri di Gorcum, testimoni della Presenza Reale di Cristo nell'Eucaristia e dell'Autorità della Chiesa di Roma

Il 9 luglio la Chiesa commemora i 19 Martiri, sacerdoti e religiosi, martirizzati in questo giorno nell'anno 1572 dagli eretici calvinisti in odio alla fede nell'Eucaristia ed alla Chiesa di Roma, canonizzati dal Beato Pio IX nel 1867.

Anthonius Brouwer, Gli ultimi momenti dei martiri di Gorkum, 1879 circa, Biblioteca Nazionale dei Paesi Bassi



Cesare Fracassini, Martiri di Gorcum, 1858, Musei Vaticani, Città del Vaticano, Roma


J. Zier Neels, Martiri di Gorcum, 1675

Abraham van Diepenbeeck - Jacob Neefs, Martiri di Gorcum, 1620-60, Biblioteca Nazionale dei Paesi Bassi

Johan Zierneels, Apoteosi dei martiri di Gorcum, 1675, Rijksmuseum Amsterdam



Luis Berrueco, Martiri di Gorcum, 1731, Puebla, Messico

lunedì 14 ottobre 2013

B.Romano Lysko

B.Romano Lysko 

Benvenuto/a... clicca sulla Croce  per visualizzare la scheda del gruppo a cui appartiene

Beato Romano (Roman) Lysko - Sacerdote e Martire (14 ottobre)
Scheda del gruppo a cui appartiene:


Beati 25 Martiri Greco-Cattolici Ucraini”
Horodok, Ucraina, 14 agosto 1914 – Lviv (Leopoli), Ucraina, 14 ottobre 1949
Martirologio Romano: A Leopoli in Ucraina, Beato Romano Lysko, sacerdote e martire, che, durante la persecuzione contro la fede, seguendo costantemente le orme di Cristo, giunse per sua grazia al regno dei cieli.

Roman Lysko nacque il 14 agosto 1914 ad Horodok, nei pressi di Lviv (Leopoli). Piplomato all’Accademia teologica di Lviv, trascorse la sua gioventù con sua moglie al servizio dei giovani.
É cosa comune nelle Chiese Orientali cattoliche che dei giovani sposati possano essere ordinati sacerdoti.
Così avvenne anche per Roman, che il 28 agosto 1941 ricevette l’ordinazione presbiterale per mano del metropolita Sheptytsky, divenendo così sacerdote diocesano dell’Arcieparchia di Lviv degli Ucraini.
Il 9 settembre fu arrestato dal NKVD ed imprigionato a Lviv.
Dei testimoni oculari raccontarono che, dopo essere stato torturato, il giovane padre intonò dei salmi con la sua voce possente e venne inseguito murato vivo.
Il 14 ottobre 1949 è considerata la data ufficiale della sua morte.
Roman Lysko fu beatificato da Giovanni Paolo II il 27 giugno 2001, insieme con altre 24 vittime del regime sovietico di nazionalità ucraina. (Autore: Fabio Arduino – Fonte: Enciclopedia dei Santi)
Giaculatoria. - Beato Romano Lysko, pregate per noi.
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Beati 25 Martiri Greco-Cattolici Ucraini



Papa Giovanni Paolo II durante il suo lungo pontificato ha ricordato ai cattolici di tutto il mondo come la fede cristiana sia sempre stata alimenta nel corso dei secoli dal sangue dei martiri,che come diceva Sant’Agostino si è sempre rivelato “seme di nuovi cristiani”. Questa realtà ha raggiunto nel corso del XX secolo una dimensione veramente universale, in quanto in ogni angolo del pianeta almeno qualche cristiano è stato ucciso in odio al suo credere in Gesù Cristo.
In Russia con la rivoluzione bolscevica cadde il vecchio imperozarista e nacque l’Unione Sovietica governata da un regime comunista. In un clima di profonda ostilità verso la religione una schiera innumerevole di cristiani fu chiamata a testimoniare sino all’effusione del sangue la fede cristiana. Per quanto riguarda la Chiesa Ortodossa Russa, maggioritaria nel paese, a partire del 2000 sono state celebrate le canonizzazioni di oltre un migliaio di martiri di quel periodo, capeggiati dall’ultimo zar Nicola II e dalla sua famiglia. Giovanni Paolo II volle onorare la passione dell’ortodossia russa includendo la granduchessa Santa Elisabetta Fedorovna nel grande mosaico della cappella vaticana Redemptoris Mater.
Anche da parte cattolica non sono comunque mancati i martiri in tale frangente storico ed il Sommo Pontefice suddetto, durante la sua visita apostolica in Ucraina, nazione nata dalla dissoluzionedell’Unione Sovietica, volle beatificare in data 27 giugno 2001una schiera di 25 martiri della Chiesa greco-cattolica ucraina, la cosiddetta “Chiesa del silenzio”, eroici testimoni della fedeltà a Dio in un’epoca di persecuzione per la fede daparte del comunismo. La denominazione ufficiale del gruppo inoccasione del rito di beatificazione fu “Mykolay Charneckyj e 24compagni” e era composto di 8 Vescovi, 6 sacerdoti diocesani, 7sacerdoti religiosi, 3 suore ed un solo laico. Il nuovo MartyrologiumRomanum commemora ciascuno di essi in date diverse, nei rispettivianniversari della loro morte. Tra di essi non mancano anche dei preti coniugati e padri di famiglia, come da tradizione nelle ChieseOrientali, anche cattoliche. Il primo di essi in ordine di decesso, Leonid Fedorov, era in realtà di nazionalità russa enon ucraina, ma la sua causa di beatificazione, iniziata per prima,fu poi aggregata a questo gruppo in quanto a quel tempo anchel’odierna Russia dipendeva dal metropolita con sede a Lviv nell’odierna Ucraina.
Sempre nella medesima occasione Giovanni Paolo II beatificò anche il vescovo Teodoro Romza ed il sacerdote Omeljan Kovc, anch’essi martiri greco-cattolici, senza però includerli nell’elenco del gruppo suddetto.
La Chiesa Cattolica ha inoltre iniziato altre cause relative a martiri del regime comunista nell’ex Unione Sovietica: il gruppo ucraino “Pietro Mekelyta e 47 compagni”, del quale fanno parte anche il sacerdote Anatolii Hurhula e sua moglie Irina Durbak, ed i russi “Eduard Profitlich e 15 compagni”.

Ecco l’elenco dei 25 martiri greco-cattolici ucraini beatificatida Giovanni Paolo II nel 2001, con i relativi collegamenti allesingole schede loro dedicate:

90034Mykolay Charneckyj, Vescovo, 2 aprile
90656Hryhorij Khomysyn, Vescovo, 28 dicembre
90654Josafat Kocylovskyj, Vescovo, 17 novembre
92942Symeon Lukac, Vescovo, 22 agosto
90036Vasyl Velyckovskyj, Vescovo, 30 giugno
92932Ivan Slezyuk, Vescovo, 2 dicembre
92937Mykyta Budka, Vescovo, 28 settembre
92931Hryhorij Lakota, Vescovo, 5 novembre
92946Leonid Fedorov, Sacerdote, 7 marzo
92938Mykola Konrad, Sacerdote, 26 giugno
92945Andrij Iscak, Sacerdote, 26 giugno
92941Roman Lysko, Sacerdote, 14 ottobre
92936Mykola Cehelskyj, Sacerdote, 25 maggio
92940Petro Verhun, Sacerdote, 7 febbraio
92939Oleksa Zaryckyj, Sacerdote, 30 ottobre
92934Klymentij Septyckyj, Sacerdote, 1 maggio
92933Severijan Baranyk, Sacerdote, 28 giugno
92933Jakym Senkivskyj, Sacerdote, 28 giugno
90035Zynovij Kovalyk, Sacerdote, 30 giugno
92944Vitalij Volodymyr Bajrak, Sacerdote, 16 maggio
90037Ivan Ziatyk, Sacerdote, 17 maggio
92943Tarsykia (Olha) Mackiv, Suora, 18 luglio
90655Olympia (Olha) Bidà, Suora, 28 gennaio
92935Laurentia (Leukadia) Harasymiv, Suora, 26 agosto
92938Volodymyr Pryjma, Laico, 26 giugno

Autore: 
Fabio Arduino

sabato 5 ottobre 2013

Straziante ed eloquente al mille per cento! SONO I VANGELI DELLA FEDE ! Santi e Sante Martiri pregate per noi!


Sera del 24 – 11 - 1946
I Martiri e le loro conquiste.

Vedo un luogo che per costruzione e per personaggi molto mi ricorda il Tullianum nella visione della morte del piccolo Castulo ( Ne I quaderni del 1944, pag. 152.) Mi ricorda anche altri luoghi romani come le celle dei circhi dove ho visto ammassati i cristiani prossimi ad essere gettati ai leoni. Ma non è né l’uno né l’altro luogo. 

Le muraglie sono con le solite robuste pietre squadrate sovrapposte. La luce 

è poca e triste come filtrasse da feritoie e si mescolasse al lume incerto di una
fiammella ad olio insufficiente a rischiarare l’ambiente. Il luogo è sempre, di
certo, una carcere, e carcere di cristiani, ma, a differenza degli altri luoghi
che ho visto, questo ambiente fosco e triste non è tutto chiuso da porte e
muraglie. Ha in un angolo un ampio corridoio che si diparte dallo stanzone 
e va chissà dove. Anche il corridoio, un poco curvo come facesse parte di 
una larga elissi, è con le solite pietre quadrangolari e malamente 
rischiarato da una fiammella. Il luogo è vuoto. Però al suolo, un suolo 
che pare di granito, sparso di grossi sassi a far da sedili, sono degli indumenti.
Un rumore sordo, come di mare in tempesta che si senta lontano dalla riva, 
viene da non so dove. Delle volte è più fievole, talora è forte. Ha quasi del boato.

Forse per effetto delle pareti a curva che lo devono raccogliere e amplificare
come per eco. È un rumore strano. Delle volte mi sembra fatto da onde di 
mare o da una grande cascata d’acque, delle volte mi pare di sentirlo fatto 
di voci umane e penso sia folla che urla, altre fa dei suoni inumani durante 
i quali l’altro rumore si sospende per esplodere poi più forte... Ora uno 
scalpiccio di passi, di molti passi, viene dal corridoio ellittico che si illumina 
vivamente come se altri lumi vi venissero portati, e col rumore 
dei passi un rammarichio fievole di creature sofferenti...



Poi ecco la tremenda scena. Preceduto da due uomini colossali, anzianotti,
barbuti, seminudi, muniti di torce accese, viene avanti un gruppo di creature
sanguinanti, parte sorrette, parte sorreggenti, parte addirittura portate. Ho
detto: creature. Ma ho detto male. Quei corpi straziati, mutilati, aperti, quei
volti dalle guance segnate da atroci ferite che hanno dilaniato le bocche sino
all’orecchio, o spaccato una guancia sino a mostrare i denti infissi nella
mandibola, o cavato un occhio che spenzola fuor dall’orbita priva della 
palpebra ormai inesistente, o che è mancante affatto come per una barbara 
ablazione, quelle teste scoperchiate del cuoio capelluto come se un ordigno 
crudele le avesse scotennate, non hanno più aspetto di creature. 
Sono una visione macabra come un incubo, sono come un sogno di pazzia... 

Sono la testimonianza che nell’uomo si cela la belva e che essa è pronta 

ad apparire e a sfogare i suoi istinti approfittando di ogni pretesto che 
giustifichi la belluinità. Qui il pretesto è la religione e la ragion di stato. 
I cristiani sono nemici di Roma e del divo Cesare, sono gli offensori degli 
dèi, perciò i cristiani siano torturati. E lo sono. Che spettacolo! 
Uomini, donne, vecchi, fanciullini, giovinette sono là alla rinfusa in attesa 
di morire per le ferite o per un nuovo supplizio.

Eppure, tolto il lamento inconscio di coloro che la gravità delle ferite fa
insensati, non si sente una voce di rammarico. Quelli che li hanno condotti si
ritirano lasciandoli alla loro sorte, e allora si vede che i meno feriti cercano
di soccorrere i più gravi e chi appena può va a curvarsi sui morenti, chi non
può farlo stando ritto si trascina sulle ginocchia o striscia al suolo cercando
l’essere a lui più caro o quello che sa più debole di carne e forse di spirito. 

E chi può ancora usar le mani cerca dare soccorso alle forme denudate 

ricoprendole con le vesti che erano al suolo, oppure raccogliendo le membra 
dei languenti in positure che non offendano la modestia e stendendo su esse 
qualche lembo di veste. 
E alcune donne raccolgono nel grembo i bambini morenti, e forse 
non sono i loro, che piangono di dolore e paura. Altre si trascinano 
presso giovinette coperte soltanto delle chiome disciolte e cercano rivestire 
le forme verginali con le candide vesti trovate al suolo. E le vesti si intridono 
di sangue, e odor di sangue satura l’aria dell’ambiente mescolandosi al fumo 
pesante del lume ad olio. 

E dialoghi pietosi e santi si intrecciano sommessi.


“Soffri molto, figlia mia?” chiede un vecchio dal cranio scoperchiato della cute
che pende sulla nuca come una cuffia caduta e che non può vedere perché 
non ha più per occhi che due piaghe sanguinanti, rivolgendoli ad 
una che sarà stata una florida sposa ma che ora non è che un mucchio di 
sangue, stringente al petto aperto, con l’unico braccio che ancor lo può fare, 
in un disperato gesto di amore, il figliolino che sugge il sangue materno in 
luogo del latte che non può più scendere dalle mammelle lacerate.
“No, padre mio... Il Signore mi aiuta... Se almeno venisse Severo... Il
bambino... Non piange... non è forse ferito... Sento che mi cerca il petto...
Sono molto ferita? Non sento più una mano e non posso... non posso guardare
perché non ho forza più di vedere... La vita... se ne fugge col sangue... Sono
coperta, padre mio?...”.
“Non so, figlia. Non ho occhi più...”.

Più oltre è una donna che striscia al suolo sul ventre come fosse un serpente.
Da uno squarcio alla base delle coste si vedono respirare i polmoni. “Mi senti
ancora, Cristina?” dice curvandosi su una giovinetta nuda, senza ferite, ma col
color della morte sul viso. Una corona di rose è ancor sulla sua fronte sopra i
capelli morati disciolti. È semi svenuta.
Ma si scuote alla voce e carezza materna, e raduna le forze per dire:
“Mamma...”. La voce è un soffio. “Mamma! Il serpente... mi ha stretta così...
che non posso più... abbracciarti... Ma il serpente... è nulla... La vergogna...
Ero nuda... Mi guardavano tutti... Mamma... son vergine ancora anche 
se... anche se gli uomini... mi hanno vista... così?... Piaccio ancora a Gesù?...”.
“Sei vestita del tuo martirio, figlia mia. Io te lo dico: piaci a Lui più di
prima...”.
“Sì... ma... coprimi, mamma... non vorrei più esser vista... Una veste per
pietà...”.
“Non ti agitare, mia gioia... Ecco. La mamma si mette qui e ti nasconde... Non
posso più cercarti la veste... perché... muoio... Sia lode a Ge...”. E la donna
si rovescia sul corpo della figlia con un grande fiotto di sangue, e dopo un
gemito resta immobile. Morta? Certo agli ultimi respiri.
“La madre mia muore... Non è vissuto nessun prete per darle la pace?...” 
dice la giovinetta sforzando la voce.
“Io vivo ancora. Se mi portate...” dice da un angolo un vecchio dal ventre
aperto completamente...
“Chi può portare Cleto da Cristina e Clementina?” dicono in diversi.
“Forse io posso, ché ho buone le mani e forte ancora sono. Ma dovrei essere
condotto perché il leone mi ha levato gli occhi” dice un giovane bruno, alto e
forte.
“Ti aiuto io a camminare, o Decimo” risponde un giovinetto poco ferito, uno 
dei più illesi.
“E io e mio fratello ti aiuteremo a portare Cleto” dicono due robusti 
uomini nel fior della virilità, anche essi poco feriti.
“Dio vi compensi tutti” dice il vecchio prete sventrato mentre lo trasportano
con precauzione. E deposto che è presso la martire prega su di lei, e
agonizzante come è trova ancora il modo di raccomandare l’anima 
ad un uomo che, scarnificato nelle gambe, muore di dissanguamento al 
suo fianco. E chiede a quello cieco che lo ha portato se non sa nulla di Quirino.
“È morto al mio fianco. La pantera gli ha aperto la gola per il primo”.


“Le belve fanno presto all’inizio. Poi sono sazie e giuocano soltanto” dice un
giovinetto che si dissangua lentamente poco lontano.
“Troppi cristiani per troppo poche belve” commenta un vecchio che si zaffa 
con un cencio la ferita che gli ha aperto il costato senza ledergli il cuore.
“Lo fanno apposta. Per godere poi di un nuovo spettacolo. Certo lo stanno
ideando ora...” osserva un uomo che sorregge con la destra l’avambraccio
sinistro quasi staccato da una zannata di belva.

Un brivido scuote i cristiani.
La giovinetta Cristina geme: “I serpenti no! È troppo orrore!”.
“È vero. Esso ha strisciato su me leccandomi il viso con la lingua viscida...
Oh! Ho preferito il colpo d’artiglio che mi ha aperto il petto ma che ha ucciso
il serpente, al gelo dello stesso. Oh!” e una donna si porta le mani vacillanti
e insanguinate al volto.
“Eppure tu sei vecchia. Il serpente era serbato alle vergini”.
“Hanno satireggiato sui nostri misteri. Prima Eva sedotta dal serpente, poi i
primi giorni del mondo: tutti gli animali”.
“Già. La pantomima del Paradiso terrestre... Il direttore del Circo è stato
premiato per essa” dice un giovane.

“I serpenti, dopo averne stritolate molte, si sono gettati su noi finché
aprirono alle belve e fu il combattimento”.
“Ci hanno cosparse di quell’olio e i serpenti ci hanno sfuggite come preda di
cibo... Che sarà ora di noi? Io penso alla nudità...” geme una poco più che
fanciulla.
“Aiutami, Signore! Il mio cuore vacilla...”.
“Io confido in Lui...”.
“Io vorrei che Severo venisse, per il bambino...”.
“È vivo tuo figlio?” chiede una madre molto giovane che piange su ciò che 
era il figlio suo e che ora non è che un pugnello informe di carne: un 
piccolo tronco, solo tronco, senza testa, senza membra.
“È vivo e senza ferite. Me lo sono messo dietro la schiena. La belva ha
squarciato me. E il tuo?”.
“Il suo piccolo capo dai ricci leggeri, i suoi occhietti di cielo, le sue
piccole guance, le manine di fiore, i piedini che imparavano appena 
a camminare sono ora nel ventre di una leonessa... Ah! che era 
femmina e certo sa cosa è essere madre e non seppe avere pietà di me!…”.

“Voglio la mamma! La mamma voglio! È rimasta col padre là per terra... 
E io ho male. La mamma mi farebbe guarire la pancina!...” piange un 
bambino di sei, sette anni, al quale un morso o una zampata ha 
aperto nettamente la parete addominale, e agonizza rapidamente.
“Ora andrai dalla mamma. Ti ci porteranno gli angeli del cielo tuoi fratellini,
piccolo Lino. Non piangere così...” lo conforta una giovane sedendosi al suo
fianco e carezzandolo con la mano meno ferita. Ma il bambino soffre sul duro
pavimento e trema, e la giovane, aiutata da un uomo, se lo prende sui ginocchi 
lo sorregge e ninna così.


“Vostro padre dove è?” chiede Cleto ai due fratelli che lo hanno portato 
insieme all’accecato.
“È divenuto cibo del leone. Sotto i nostri occhi. Mentre già la belva gli
mordeva la nuca disse: ‘Perseverate’. Non disse di più perché ebbe la testa
staccata...”.
“Ora parla dal Cielo. Beato Crispiniano!”.
“Beati fratelli! Pregate per noi”.
“Per l’ultima lotta!”.
“Per l’ultima perseveranza”.
“Per amor di fratelli”.

Non temete. Essi, perfetti già nell’amore, tanto che il Signore li 
volle nel primo martirio, sono ora perfettissimi perché viventi nel 
Cielo, e del Signore altissimo conoscono e riflettono la Perfezione. 
Le spoglie loro, che abbiamo lasciate sull’arena, sono solamente 
spoglie. Come le vesti che ci hanno levate.
Ma essi sono in Cielo. Le spoglie sono inerti. Ma essi vivi sono. 
Vivi e attivi.
Essi sono con noi. Non temete. Non abbiate preoccupazione per 
come morrete. Gesù lo ha detto: ‘Non preoccupatevi delle cose 
della terra. Il Padre vostro sa di che avete bisogno’. Sa la vostra 
volontà e la vostra resistenza. Tutto sa e vi sovverrà. Ancora 
un poco di pazienza, o fratelli. E poi è la pace. Il Cielo si 
conquista con la pazienza e con la violenza. Pazienza nel dolore. 
Violenza verso le nostre paure d’uomini. Stroncatele. È l’insidia 
del Nemico infernale per strapparvi alla Vita del Cielo. Respingete 
le paure. Aprite il cuore alla confidenza assoluta. Dite: ‘Il Padre 
nostro che è nei Cieli ci darà il nostro pane quotidiano di fortezza 
perché sa che noi vogliamo il suo Regno e moriamo per esso 
perdonando ai nostri nemici’
No. Ho detto una parola di peccato. Non ci sono nemici per i 
cristiani. Chi ci tortura è nostro amico come chi ci ama.
Ci è anzi duplice amico. Perché ci serve sulla terra a testimoniare 
la nostra fede, e ci veste della veste nuziale per il banchetto eterno. 
Preghiamo per i nostri amici. Per questi nostri amici che non sanno 
quanto li amiamo. Oh! veramente in questo momento noi siamo 
simili a Cristo perché amiamo il nostro prossimo sino a morire 
per esso. Noi amiamo. Oh! parola! Noi abbiamo imparato ciò che è 
essere dèi. Perché l’Amore è Dio, e chi ama è simile a Dio, è 
veramente figlio di Dio. Noi amiamo evangelicamente non 
coloro dai quali attendiamo gioie e compensi, ma coloro che ci 
percuotono e ci spogliano anche della vita. Noi amiamo col 
Cristo dicendo: ‘Padre, perdonali perché non sanno ciò che fanno’
Noi col Cristo diciamo: ‘È giusto che si compia il sacrificio 
perché siamo venuti per compierlo e vogliamo che si compia’. 
Noi col Cristo diciamo ai superstiti: ‘Ora voi siete addolorati. 
Ma il vostro dolore si muterà in gaudio quando ci saprete in 
Cielo. Noi vi porteremo dal Cielo la pace in cui saremo’
Noi col Cristo diciamo: ‘Quando ce ne saremo andati manderemo 
il Paraclito a compiere i suoi misteriosi lavori nei cuori di quelli 
che non ci hanno capito e che ci hanno perseguitato perché 
non ci hanno capito’. Noi col Cristo non agli uomini ma al Padre 
affidiamo lo spirito perché lo sostenga col suo amore nella 
nuova prova. Amen”. Il vecchio Cleto, sventrato, morente, ha parlato 
con una voce così forte e sicura che un sano non avrebbe tale. Ed ha trasfuso 
il suo spirito eroico in tutti. Tanto che un canto dolce si leva da quelle 
creature straziate...


“Dove è mia moglie?” interroga una voce dal corridoio interrompendo il canto.
Severo! Sposo mio! Il bambino è vivo! Te l’ho salvato! Ma a tempo giungi...
perché io muoio. Prendi, prendi Marcellino nostro!”.
L’uomo si fa avanti, si curva, abbraccia la sposa morente, raccoglie il bambino
dalla mano tremante di lei e le due bocche, che si sono santamente amate, si
uniscono un’ultima volta in un unico bacio deposto sulla testolina innocente.
Cleto... Benedici... Muoio...”. Sembra che la donna abbia proprio trattenuto la
vita sino all’arrivo dello sposo. Ora si abbatte in un rantolo fra le braccia
del marito al quale sussurra: “Va’, va’... per il bambino... a Puden...”. La
morte le tronca la parola...
“Pace ad Anicia” dice Cleto.
“Pace!” rispondono tutti.
Il marito la contempla stesa ai suoi piedi, svenata, squarciata... Delle lacrime
gli cadono dagli occhi sul viso della morta. Poi dice: “Ricordati di me, o mia
sposa fedele!...”. Si volge al vecchio suocero: “La porterò nella vigna di Tito.
Caio e Sostenuto sono qui fuori con la barella”.

“Vi fanno passare?”.
“Sì. Chi ha ancora parenti fra i vivi avrà sepoltura...”.
“Col denaro?”.
“Col denaro... e anche senza. Ognuno che vuole può venire a raccogliere i 
morti  e a salutare i vivi. Sperano così che la vista dei martiri indebolisca quelli
che ancor liberi sono e li persuada a non farsi cristiani, e sperano che le
nostre parole... indeboliscano voi. Chi non ha parenti andrà al carnaio... Ma i
nostri diaconi nella notte ricercheranno i resti...”.

“Si prepara forse il nuovo martirio?”.
“Sì. Per questo fanno passare i parenti e anche per questo nella notte i martiri
verranno sepolti. Essi saranno occupati nello spettacolo...”.
“Così a tarda ora? Che spettacolo mai nella notte?”.
“Sì. Quale spettacolo?”.
“Il rogo. Quando sarà notte piena...”.
“Il rogo!... Oh!...”...
“A coloro che sperano nel Signore le fiamme saranno come la dolce rugiada
dell’aurora. Ricordate i giovinetti di cui parla Daniele (Daniele 3, 19-90). Essi andarono cantando fra le fiamme. La fiamma è bella! Purifica e veste di luce. Non le immonde belve. Non i lubrici serpenti. Non gli impudichi sguardi sui corpi delle vergini. La fiamma! Se resto di peccato è in noi, ci sia la fiamma del rogo simile al fuoco del Purgatorio. Breve purgatorio e poi, vestiti di luce, andiamo a Dio. A Dio: Luce, noi andremo! Fortificate i vostri cuori. Volevano essere luce al mondo pagano. I fuochi del rogo siano il principio della luce che noi daremo a questo mondo delle tenebre” dice ancora Cleto.

Dei passi pesanti, ferrati, nel corridoio. “Decimo, sei vivo ancora?” chiedono
due soldati apparendo nella stanza.
“Sì, compagni. Vivo. E per parlarvi di Dio. Venite. Perché io non posso venire a
voi, perché non vedrò mai più la luce”.
“Infelice’’ dicono i due.
“No. Felice. Io sono felice. Non vedo più le brutture del mondo. Entrando dalle
mie pupille le lusinghe della carne e dell’oro non mi potranno più tentare.
Nelle tenebre della cecità temporanea io vedo già la Luce. Dio vedo!...”.
“Ma non sai che fra poco sarai arso? Non sai che perché ti amiamo avevamo
chiesto di vederti, per farti fuggire se vivo eri ancora?”.
“Fuggire? Così mi odiate da volermi levare il Cielo? Non eravate così nelle
mille battaglie che sostenemmo fianco a fianco per l’Imperatore. Allora a
vicenda ci spronavamo ad essere eroi. Ed ora voi, mentre io mi batto per un
Imperatore eterno, immenso nella sua Potenza, mi consigliate alla viltà? Il
rogo? E non sarei morto volentieri fra le fiamme, durante gli assalti ad una
città nemica, pur di servire l’imperatore e Roma: un uomo mio pari, ed una 
città che oggi è e domani non è più? Ed ora che do l’assalto al Nemico più vero 
per servire Dio e la Città eterna dove regnerò col mio Signore, volete 
che io tema le fiamme?”.
I due soldati si guardano sbalorditi.

Cleto parla di nuovo: “Il martire è l’unico eroe. Il suo eroismo è eterno. Il
suo eroismo è santo. Non nuoce col suo eroismo a nessuno. Non emula gli stoici dagli stoicismi aridi. Non i crudeli dalle violenze inutili e nefande. Non
prende tesori. Non usurpa poteri. Dà. Dà del suo. Le sue ricchezze... Le sue forze... La sua vita... È il generoso che si spoglia di tutto per dare. Imitatelo. Servi supini di un crudele che vi manda a dare morte e a trovare la morte, passate alla Vita, a servire la Vita, a servire Dio. Forseché, caduta l’ebbrezza della battaglia, quando il segnale impone silenzio nel campo, voi avete mai sentito la gioia che sentite essere nel vostro compagno? No. Stanchezza, nostalgia, paura della morte, nausea di sangue e di violenze... Qui... guardate! Qui si muore e si canta. Qui si muore e si sorride. Perché noi non moriremo ma vivremo. Noi non conosciamo la Morte ma la Vita, il Signore Gesù”.

Entrano ancora quei due nerboruti uomini venuti al principio con le torce. Sono
con loro altri due uomini vestiti pomposamente. Le torce fumigano tenute alte
dai due. Gli altri che sono con loro si chinano a guardare i corpi...

“Morto... Anche questo... Costei agonizza... Il fanciullo ghiaccia già... Il
vecchio morrà fra breve... Questa?... Il serpente le ha schiacciato le costole.
Osserva, schiuma rosa è già alle labbra...” si consultano fra loro.
“Io direi... Lasciamoli morire qui”.
“No. Il giuoco è già fissato. Il Circo si riempie nuovamente...”.
“Gli altri delle carceri basterebbero”.
“Troppo pochi! Procolo non ha saputo regolare le masse. Troppi ai leoni. 
Troppo pochi per i roghi...”.
“Così è... Che fare?”.
“Attendi”. Uno si porta in mezzo alla stanza e dice: “Chi di voi è meno ferito
sorga in piedi”.
Si alzano una ventina di persone.
“Potete camminare? Reggervi in piedi?”.
“Lo possiamo”.
“Tu sei cieco” dicono a Decimo.
“Posso essere guidato. Non mi private del rogo, poiché penso che a questo
pensate” dice Decimo.
“A questo. E vuoi il rogo?”.
“Lo chiedo in grazia. Sono un soldato fedele. Guardate le cicatrici delle mie
membra. Per premio del mio lungo fedele servizio all’Imperatore, datemi il
rogo”.
“Se tanto ami l’Imperatore, perché lo tradisci?”.
“Non tradisco né l’Imperatore né l’Impero, perché non faccio atti contro la loro
salute. Ma servo il Dio vero che è l’Uomo Dio e l’Unico degno di essere servito
sino alla morte”.
“O Cassiano, con simili cuori i tormenti sono vani. Io te lo dico. Non facciamo
che coprirci di crudeltà senza scopo...” dice un intendente del Circo al
compagno.
“È forse vero. Ma il divo Cesare...”.
“E lascia andare! Voi che camminate, uscite di qui! Attendeteci presso le
uscite. Vi daremo delle vesti nuove”.
I martiri salutano quelli che restano. Un giovinetto si inginocchia per essere
benedetto dalla madre. Una fanciulla col suo sangue appone una crocetta 
come fosse un crisma sulla fronte della madre che la lascia per salire al rogo.
Decimo abbraccia i due commilitoni. Un vecchio bacia la figlia morente e si
avvia sicuro. Tutti prima di uscire si fanno benedire dal prete Cleto... I passi
dei morituri si allontanano nel corridoio.
“Voi rimanete ancora qui?” chiedono gli intendenti ai due soldati.
“Sì. Rimaniamo”.
“Per qual motivo? È... pericoloso. Costoro corrompono i fedeli cittadini”.
I due soldati scrollano le spalle.

Gli intendenti se ne vanno mentre entrano dei fossori con delle barelle per
portare via i morti. Vi è un poco di confusione perché con i fossori sono anche
i parenti dei morti e dei morenti e vi sono lacrime o addii fra questi e i
malvivi. I due soldati ne approfittano per dire a un fanciullo: “Fingiti morto.
Ti porteremo in salvo”.
Tradireste voi l’imperatore mettendovi in salvo mentre egli ha fiducia in voi
per la sua gloria?”.
“No certo, fanciullo”.
E neppure io tradisco il mio Dio che è morto per me sulla Croce”.
I due soldati, letteralmente sbalorditi, si chiedono: “Ma chi dà loro tanta
forza?”. E poi, col gomito appoggiato alla muraglia, a sostenere il capo,
restano meditabondi osservando.

Tornano gli intendenti con schiavi e con barelle. Dicono: “Siete ancora pochi
per il rogo. I meno feriti si siedano almeno”.
I meno feriti!... Chi più chi meno sono tutti agonizzanti. E non possono sedersi più. 
Ma le voci pregano: “Io! Io! Purché mi portiate…”.

Vengono scelti altri 11...
“Voi beati! Prega per me, Maria! A Dio, Placido! Ricordati di me, o madre!
Figlio mio, chiama l’anima mia presto! Sposo mio, ti sia dolce il morire!...”. I
saluti si incrociano...
Le barelle vengono portate via.

“Sorreggiamo i martiri col nostro pregare. Offriamo il duplice dolore delle
membra e del cuore che si vede escluso dal martirio per essi. Padre nostro...”.
Cleto, che è paurosamente livido ed è morente, raccoglie le forze per dire il
Pater.

Entra uno trafelato. Vede i due soldati. Arretra. Rattiene il grido che aveva
già sulle labbra.
“Puoi parlare, uomo. Non ti tradiremo. Noi, soldati di Roma, chiediamo di 
essere soldati di Cristo”.
“Il sangue dei martiri feconda le zolle!” esclama Cleto. E rivolto al
sopraggiunto chiede: “Hai i misteri?”.
“Sì. Ho potuto darli agli altri un momento prima che fossero portati nell’arena.
Ecco! “.
I soldati guardano stupiti la borsa di porpora che l’uomo si leva dal seno.
“Soldati. Voi ci chiedete dove noi troviamo la forza. Ecco la forza! Questo è il
Pane dei forti. Questo è Dio che entra a vivere in noi. Questo...”.
“Presto! Presto, o padre! Io muoio... Gesù... e morirò felice! Vergine, martire
e felice!” grida Cristina ansante negli spasimi della soffocazione.

Cleto si affretta a spezzare il pane e a darlo alla giovinetta che si raccoglie
quieta chiudendo gli occhi.
“Anche a me... e poi... chiamate i servi del Circo. Io voglio morire sul
rogo...” gorgoglia un fanciullo dalle spalle dilaniate e dalla guancia aperta
dalla tempia alla gola che sanguina.
“Puoi inghiottire?”.
“Posso! Posso. Non mi sono mai mosso né ho mai parlato per non morire... 
prima della Eucarestia. Speravo... Ora...”.
Il prete gli dà una mollichina del Pane consacrato. E il fanciullo cerca di
inghiottire. Ma non riesce. Un soldato si china impietosito e gli sorregge il
capo mentre l’altro, trovata in un angolo un’anfora con ancora un sorso d’acqua 
nel fondo, cerca di aiutarlo ad inghiottire versandogli l’acqua stilla a stilla fra 
le labbra.
Intanto Cleto spezza le Specie e le dà ai più vicini. Poi prega i soldati di
trasportarlo per distribuire ai morenti l’Eucarestia. Poi si fa ricondurre dove
era e dice: “Il nostro Signore Gesù Cristo vi ricompensi per la 
vostra pietà”.

Il fanciullino che stentava a inghiottire le Specie ha un breve affanno, si
dibatte... Un soldato impietosito lo prende fra le braccia. Ma mentre lo fa, un
fiotto di sangue sgorga dalla ferita del collo e bagna la lorica lucente.
“Mamma! Il Cielo... Signore... Gesù...”. Il corpicino si abbandona.
“È morto... Sorride...”.
“Pace al piccolo Fabio!” dice Cleto che impallidisce sempre più.
“Pace!” sospirano i morenti.

I due soldati parlano fra loro. Poi uno dice: “Sacerdote del Dio vero, termina
la tua vita mettendoci nella tua milizia”.
“Non mia... Di Cristo Gesù... Ma... non si può... Prima... bisogna essere
catecumeni...”.
“No. Sappiamo che in caso di morte viene dato il battesimo”.
“Voi siete... sani...”. Il vecchio ansa...
“Noi siamo morenti perché... Con un Dio quale è il vostro che vi fa tanto santi,
a che restare a servire un uomo corrotto? Noi vogliamo la gloria di Dio.
Battezzaci: io Fabio, come il piccolo martire; e il mio compagno Decimo 
come il nostro glorioso commilitone. E poi voleremo al rogo. A che vale la vita del
mondo quando si è compresa la Vita vostra?”.
Non c’è più acqua... nessun liquido... Cleto fa giumella della sua tremula mano, 
raccoglie il sangue che goccia dalla sua atroce ferita: 

“Inginocchiatevi... Io ti battezzo, o Fabio, nel nome del Padre, del 

Figlio, dello Spirito Santo... Io ti battezzo, o Decimo, nel nome 
del... Padre... del Figlio... dello Spirito... Santo... Il Signore sia con 
voi per la Vita... eterna...Amen!...”.

Il vecchio sacerdote ha finito la sua missione, la sua sofferenza, la sua vita... 
È morto...
I due soldati lo guardano... Guardano per qualche tempo quelli che muoiono
lentamente, sereni... sorridenti fra le agonie, rapiti nell’estasi eucaristica.
“Vieni, Fabio. Non attendiamo un attimo ancora. Con simili esempi è sicura la
via! Andiamo a morire per il Cristo!”. E rapidi corrono via per il corridoio
incontro al martirio e alla gloria.

Nel locale i gemiti si fanno sempre più lievi e più pochi... Dal Circo torna il
fragore che era all’inizio. La folla torna a rumoreggiare in attesa dello
spettacolo.